martes, 22 de enero de 2008

Capítulo 33.- Vida o Muerte.

Harry cayó en el piso de piedra de la oficina del director. Inmediatamente se puso de pie y miró en todas direcciones. Los retratos de los ex – directores ahora no fingían dormir, sino que estaban bien despiertos y sorprendidos de ver ahí al muchacho.
- ¡¿Pero qué haces tú aquí?! – preguntó el retrato de Phineas.
- ¡Dumbledor!, ¡¿dónde está Dumbledor?! – preguntó el chico desesperado.
- No está aquí. – contestó el retrato de una bruja. – Hace un par de horas recibió una lechuza urgente y salió a Londres.
- ¡¿Se fue?!
- ¿No te lo están diciendo muchacho? – dijo Phineas con cinismo.
- ¿Qué te pasa chico?, ¿por qué estás tan alterado?
- ¡Necesito que lo llamen! ¡Tiene que regresar! ¡Voldemort está AQUÍ!
- Pero que sandeces dices.
- ¡NO SON SANDECES!. ¡TIENEN QUE BUSCARLO!
Y sin más, salió de la oficina como un bólido en dirección del Gran Comedor. Todos los pasillos estaban desiertos, ni siquiera los fantasmas rondaban por ahí, lo que le dio a Harry un terrible presentimiento.
El chico llegó al Gran Comedor casi sin aliento, se detuvo en seco con la respiración agitada y sudando por el esfuerzo, abrió las grandes puertas de roble y quedó conmocionado por la escena que estaba frente sus ojos: Ante él se encontraba una horda de más de 20 mortífagos que rodeaban a Voldemort, quien sostenía sobre su cabeza un cáliz de color negro que comenzaba a absorber una fina bruma que salía de la boca de todos los presentes; varios maestros estaban heridos, entre ellos Snape y McGonagall; Hagrid, que ya había regresado (obvio), protegía a los de primer grado; Ron, Hermione, Ginny, Luna y Neville tenían las varitas empuñadas, al parecer fueron los únicos alumnos que intentaron enfrentarlos pero sin mucho éxito, ya que también estaban heridos. Pero aquel momento en que Harry los encontró, todos estaban como en trance, de pie y con sus bocas abiertas. Harry sintió un enorme coraje y, como si algo lo impulsara a actuar, alzó su varita y gritó:
- ¡Expelliarmus! – y fue tal la fuerza del hechizo que el cáliz salió volando de las manos de su poseedor y fue a estrellarse contra el piso, haciéndose mil pedazos, la bruma desapareció y los alumnos y maestros cayeron como agotados al suelo y sobre sus rodillas, recobrando su color y la alerta.
Aquel acto llamó la atención de todos los presentes que por primera vez notaron a Harry. El más sorprendido de todos de ver al chico ahí fue Voldemort. Harry se acercó al centro lentamente, mientras éste lo miraba con odio y desprecio.
- Por quinta vez consecutiva te has metido en mis planes y los has echado a perder. – dijo con desgana.
Harry le apuntaba con la varita. Su corazón parecía que se iba a salir de su pecho y estaba aterrado, pero el calor que el Medallón le transmitía le daba fuerza para enfrentar a su más grande enemigo.
- Pensé que te había quedado muy claro que tú no debías estar aquí. – dijo Voldemort, luego marcó una sonrisa en su boca. – Pero no importa, ésta es una buena oportunidad para escuchar tu respuesta a mi proposición. ¿La recuerdas?… ¿Sí o no te unirás a mí?
Harry, extrañado por la pregunta, no dejaba de mirarlo. Su cerebro trabajaba a todo lo que daba buscando una idea para sacarlos a todos de ahí sanos y salvos. Pero de la nada, bajó su varita y sonrió de forma extraña.
- La respuesta es… Sí.
Todos se quedaron atónitos ante lo que acababan de escuchar.
- Bien… - dijo Voldemort sorprendido, pero complacido.
- Pero con una condición. – interrumpió Harry, Voldemort puso cara de confundido. – Que nos larguemos de este lugar cuanto antes.
- Muy astuto Potter. – contestó con una especie de sonrisa burlona. – De acuerdo, solo prueba tu lealtad. – Harry lo miró desconcertado. – demuéstramelo.
El mago chasqueó los dedos y un par de mortífagos que resguardaban algo se apartaron para dejar al la vista a Anny. La chica lucía muy pálida y exhausta, eso sin mencionar que de su brazo izquierdo caían gotas de sangre. Ella alzó la vista y cruzó su mirada con la de él. Harry pudo ver en sus ojos el dolor físico que sentía y que trataba de aparentar tras su rostro austero. Uno de los mortífagos la empujó hacia el frente, haciéndola tambalear, pero no avanzó mucho. De pronto otro de los encapuchados se quitó la máscara y reveló un rostro de mujer blanco como la nieve, con unos ojos negros vacíos que reflejaban maldad pura y unos finos labios que donde se dibujaba una sonrisa perversa. Harry sabía perfectamente de quien se trataba. La mortífaga se acercó lentamente a Anny, quien no hacía ningún movimiento y ahora solo miraba al suelo.
- Es hermosa… ¿verdad? – dijo maliciosamente la mujer a Harry, mientras acariciaba la mejilla de la chica con su dedo índice.
Entonces, bruscamente la toma por el cuello, cortándole el aire; la chica trataba inútilmente de zafarse con su mano derecha, mientras hacía gestos de desesperación al no poder respirar. Harry contemplaba la escena sobrecogido y lleno de ira, pero sin hacer nada. En aquel momento la mujer la arroja frente a Harry con tal fuerza que la hace caer de bruces. El chico solo la observaba desde su posición, a unos metros de ella, que estaba entre Voldemort y él. En cuanto cayó, la chica comenzó a toser y tratar de levantarse, pero parecía demasiado agotada para lograrlo.
- ¿Qué esperas? – dijo Voldemort con frialdad. – Mátala.
Aquellas palabras resonaron en su cerebro y parecía no haberlas comprendido. Sin saber porqué, Harry alzó su varita nuevamente y apuntó a la chica, que yacía de rodillas en el piso. Todos presenciaban la escena en silencio, esperando, incluso parecía que habían dejado de respirar, solo para ver si él era capaz de hacerlo.
- Demuestra que realmente serás mi aliado… Mátala.
Aquellos fueron eternos minutos en los que Harry escuchaba la orden en su cabeza. Inesperadamente alzó la vista hacia Voldemort y dejó de apuntar a la chica para apuntarle a él.
- No. – contestó con voz firme. - ¡A TI es a quien mataré!
-¡JA, JA, JA!, No me hagas reír. No tienes el coraje ni el poder para hacerlo, y menos ahora que yo soy más poderoso que antes.
- ¿Sí?, pues yo también lo soy.
- Ya me estoy cansando de tus idioteces. Evitaste que me apoderara de la energía vital de tus compañeros, cosa que nos habría sido útil a los dos, rechazaste mi propuesta de unirte a mí, me estas desafiando. Como pensé, tendré que matarte.
- Tú siempre me has querido matar, pero sabes que no puedes, por eso me querías fuera del colegio, para evitar riesgos.
- ¿Eso crees? Sigues queriendo ser el héroe que salva el día. Ya veremos si lo soportas.
Con un ademán indica a Velda que vaya por Anny, pero Harry se adelanta y se coloca frente a ella para que nadie se le acercara.
- Da un paso más y verás de lo que soy capaz.
- Tú no eres capaz de nada, niño. Ahora, si me permites, tengo asuntos que arreglar con mi hija. Muévete.
- No.
La mujer sonrió. Entonces Anny gritó detrás de Harry. Uno de los mortífagos que estaba fuera de su vista, lazó a la chica con una cuerda que sacó de su varita y la atrajo hacia él sin que Harry pudiera evitarlo.
- ¡NO! – gritó el muchacho.
- ¡JA, JA, JA, JA, JA! – rió Velda.
Poco a poco, todos los mortífagos comenzaron a rodear a Harry, olvidándose de todos los demás. Voldemort no estaba dentro del círculo, sino que había aparecido una larga silla, como una tribuna, para presenciar la batalla. El chico sabía que estaba en graves problemas. Miraba por turnos a cada uno de los que lo rodeaban, tratando de adivinar cual atacaría primero y esperando que no lo hicieran todos a la vez.
- Ustedes también serán espectadores. – dijo Voldemort a sus rehenes, que eran custodiados por un par de mortífagos. – Un movimiento en falso y todos morirán.
Harry observó por unos segundo a los estudiantes y maestros cómo estaban tan aterrados que ni se movían, sabía que nadie le ayudaría.
- Que comience en juego. – dijo Voldemort burlonamente.
Aquella fue una lluvia de rayos de colores, maldición tras maldición. Harry lograba esquivarlas o bloquearlas una por una y contestar de vez en cuando, sus reflejos adquiridos en quidditch lo hacían demasiado rápido para sus agresores, pero los mortífagos eran demasiados y no todos al alcance de su vista. Un rayo pasó tan cerca de su cara que casi le tira las gafas. Otro rayo de color morado alcanzó su brazo izquierdo, provocándole una profunda herida que comenzó a sangrar profusamente. Otro rayo igual le dio en la pierna derecha, haciéndolo caer de rodillas. Apenas lograba bloquear los hechizos, que lo rozaban y lastimaban. Claramente los mortífagos no querían dejarlo inconciente, sino todo lo contrario, solo lanzaban hechizos que lo lastimaban y cortaban. Harry trataba de contraatacar pero le era muy difícil, ya que los mortífagos se movían constantemente a su alrededor.
- ¡Impedimenta! ¡Desmaius! ¡Impedimenta! – gritaba Harry lanzando rayos en todas direcciones y también había mortífagos heridos por él que caían al suelo.
Se comenzó a desesperar, el calor del Medallón iba en aumento, así que no solo usaba esos hechizos, también comenzó a utilizar algunos que había aprendido en su estancia en la casa de Dumbledor, algunos de los cuales eran muy poderosos.
- ¡Cuttellius!, ¡Cernere!, ¡Aptare!
Uno de los mortífagos se desesperó al no poder someterlo del todo y le lanzó un Crucio por la espalda. Harry pegó un alarido de dolor que hizo a todos estremecer, opacando los gritos de algunas chicas. En aquel instante el resto de mortífagos dejaron de atacar para regodearse con el sufrimiento de Harry. Después de unos minutos cesó y el chico quedó tendido en el suelo todo dolorido, mientras los que lo rodeaban se moría de risa.
Pero cual fue su sorpresa al ver cómo Harry se ponía de pie, desafiándolos nuevamente. Por alguna extraña razón Harry no sintió tan fuerte aquella maldición como en otras ocasiones. Tal vez era por el Medallón que colgaba de su cuello. Voldemort bajó de donde estaba y entró en el círculo, claramente molesto.
- Ya he tenido suficiente… ¡MÁTENLOS!
Los mortífagos se disponían a atacar a todos los alumnos pero los maestros también se pusieron en guardia. Comenzaron a salir rayos de colores por doquier, la mayor parte de los alumnos se refugiaron en las mesas destruidas que quedaron en un rincón, Hagrid seguía protegiendo a los de primero detrás de esas mesas también. Algunos alumnos de 6° y 7° grado (los miembros de ED específicamente) también comenzaron a atacar. Aquel era un terrible caos. Harry buscaba a Anny mientras desmayaba a todo mortífago que se le pusiera enfrente. Por fin encontró a la chica tirada cerca del centro del salón. << ¡No! >>, se dijo en voz baja, pensando en lo peor. Corrió hacia ella, pero justo antes de llegar, Velda se le atravesó.
- ¿A dónde con tanta prisa?
Harry alzó su varita pero ella fue más rápida.
- ¡Expelliarmus! – gritó.
La varita del chico salió volando hasta donde estaba Anny, que comenzaba a despertar. Harry se había quedado desarmado.
- ¡HARRY! – gritó Anny y señaló hacia el frente del chico.
Harry volteó la vista y frente a él estaba Voldemort, apuntándole con la varita y con una amplia sonrisa en su rostro de serpiente.
- Avada kedavra. – susurró.
Todo lo que sucedió después fue como en cámara lenta. Un rayo cegador de luz verde salió de esa negra varita y le dio justo en el pecho. Todo comenzó a oscurecer, pero Harry aún pudo distinguir los rostros de todos que pareciera se hubieran detenido en sus combates solo para mirarlo. Vislumbró las expresiones de terror de aquellos que lo conocían en el colegio y entrevió a Anny tan pálida como un fantasma. En sus oídos resonaban las carcajadas triunfantes de Voldemort y sus secuaces mientras caía de rodillas y luego de bruces tan lentamente como si los segundos fueran horas. Cuando su rostro llegó al suelo no escuchaba ni sentía nada más que un intenso calor en el lugar donde recibió el golpe.

Hay una gran oscuridad y una calidez acogedora.
- ¿Donde estoy? – se oyó preguntar a la nada. - ¿Estoy muerto?
- Si estuvieras muerto, tu enemigo lo estaría contigo y él no está muerto. – respondió una voz en aquella oscuridad. Y ante Harry apareció la silueta de Gardo, mejor conocido como Naráva. – Tu conexión con Voldemort – continuó – va más allá de éste mundo y solo hay una forma de romperla. El Medallón que usas en éste momento ya una vez salvó de la muerte a su portador, de ahí que solo sea la mitad la que tienes ahora. Pero para acceder a su más grande secreto tiene que estar completo. Solo así lograras sacar su gran poder.
- ¿Quién eres?
- Tú sabes quien soy; soy tu antepasado, creador de ese Medallón.; y sabes quien eres tú, tú eres mi heredero. Aún tienes cosas que hacer.

Harry abrió lentamente los ojos, no había pasado ni un minuto de haber caído inconsciente. Los mortífagos estaban apunto de asestar el golpe mortal a los que se les habían enfrentado, cuando todos se quedaron estupefactos de ver cómo Harry se ponía de pie dificultosamente. Voldemort tenía los ojos desorbitados y el rostro lívido de terror al ver como el muchacho se erguía ante él.
- No puede ser. – murmuró con voz trémula.
En aquel instante las puertas del Gran Comedor se abrieron con un gran estruendo, dejando ver en el umbral a Albus Dumbledor y una gran compañía de aurores. El rostro del anciano director reflejaba ahora una furia como nadie le había visto antes.
- Has cometido un grave error al irrumpir en el colegio, Tom.
- Sí, fue un error. Pero no te preocupes que ya nos vamos.
Y con un movimiento de su mano hizo aparecer una pequeña cajita de cristal. La abrió y un terrible ventarrón llenó todo el salón, impidiendo la vista a los presentes. De pronto se oyó una explosión y el cristal de una de las ventanas quedó destrozado. Lo último que se escuchó fueron las risas maniacas de los mortífagos que salía por esa ventana volando, en escobas. El escuadrón de aurores salieron tras ellos mientras algunos otros magos se quedaba para auxiliar a los heridos. Harry sentía no poder soportar más, cayó de rodillas y luego de espaldas pero alguien lo detuvo antes de llegar al suelo.
- Resiste, Harry. – dijo Anny, quien lo retenía en sus brazos.
Harry logró reconocer un montón de rostros a su alrededor, Ron, Hermione, Ginny, Neville y muchos más estaban a su lado, pero el que más distinguía era el de Anny, que lo miraba llena de temor y tristeza.
- Anny… yo… – intentó decir, pero ya no logró articular palabra alguna.
Se hundió en las tinieblas que le invadían el pensamiento, mientras su cuerpo se ponía cada vez más frío.

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