lunes, 21 de enero de 2008

Capítulo 24.- Lago.

Harry se levantó al día siguiente. Él había guardado en su baúl aquel pequeño cristal que dejara la criatura. Bajo con Ron y Hermione al Gran Comedor, para desayunar. La pareja estaba muy entretenida en arrumacos y Harry no les prestaba mucha atención. En realidad, él seguía pensando en lo que guardaba arriba. Tenía un pergamino y una pluma donde se suponía estaba haciendo su tarea de Transformaciones, pero en lugar de eso, estaba dibujando detalladamente el cristal que encontró. No lo podía sacar de su mente. Estaba tan inmerso en su dibujo, que no se dio cuenta que Luna Lovegood había llegado a hacerles compañía.
- Buenos días. – dijo la rubia chica.
- Buenos días. – contestaron al unísono Ron y Hermione, entre risitas de enamorados.
- ¿Qué haces, Harry? – le preguntó al muchacho.
- ¿Qué? – respondió el chico, que no le estaba escuchando.
- Te pregunto que ¿Qué haces?
- Nada. – contestó él, sin prestar mucha atención.
Sus amigos se acercaron a él para ver mejor lo que estaba haciendo.
- ¡Que hermoso, Harry! – comentó su amiga, al ver el dibujo. Pero Luna veía ese dibujo como si estuviera viendo algo que no puede existir, raro en ella.
- ¿Dónde lo viste? – preguntó ella, con tono serio.
- ¿Por qué? ¿Sabes lo que es? – inquirió el chico, inmediatamente. La niña lo miró con sus grandes ojos soñadores, pero estaba serios.
- Es uno de los cristales de Annon. – respondió al fin, como si fuera algo obvio.
- ¿Cristales de qué?
- De Annon. Son cristales míticos que se supone, existieron hace miles de años.
- ¿Como los snorkack de cuernos arrugados? – comentó Hermione.
- No – respondió la chica – Esos son reales. El que TÚ no los hayas visto no quiere decir que no existan o que sean míticos. Esos cristales jamás se han encontrado. Mi padre me contó que eran 7 y que todos derivaban de una roca mágica común, que nadie conoce.
- Y ¿para que sirven? – preguntó Harry, intrigado.
- Son como llaves maestras. ‘No importa donde estés o adonde quieras llegar, con una de esas llaves puedes entrar en cualquier lugar’.
- ¿Cómo funcionan?
- Nadie sabe. Solo se conoce que pueden llevarte a todos aquellos lugares donde haya una vía de entrada, como interferir la red flu. Puedes entrar a la más profunda cámara de Gringots y salir de ahí en un solo día, sin ser detectado. O entrar en la oficina de Dumbledor y él ni se daría cuenta. Son más efectivas que un traslador, o que aprender a aparecer o desaparecer.
- Pero ¿Cómo?, nadie puede hacer eso. – dijo Hermione.
- No lo sé. Y nadie lo sabe porque esos cristales no existen, son solo mitos.
- ¿Y cómo es que tú los conoces? – preguntó Ron.
- Mi padre le gusta estudiar muchas cosas, entre ellas mitos. Y éste es uno de los que más le llaman la atención.
- ¿Entonces no existen?
- Yo digo que no. Serían demasiado codiciados.

Aquella conversación con Luna hizo pensar a Harry en ese cristal más todavía. Evidentemente era real y él lo tenía, pero no sabía como usarlo. Comenzó a meditar en los hechos. Ese cristal pertenecía a la mujer que lo había atacado, y ahora él sabía cómo había entrado a casa de los Weasley, aún estando hechizada dicha casa, y también como había entrado al colegio sin ser detectada, transformada en loba. Usaba la red flu.
Harry seguía pensando en ese cristal cuando se encaminaba hacia el aula de pociones y se topó con Anny. Casi choca con ella, por no ver por donde iba. En cuanto la vio, olvidó el cristal y regresó a su mente el sueño que lo había despertado la noche cuando lo encontró. En su cabeza aparecieron imágenes de su vívido sueño, donde ella aparecía en su habitación. Inmediatamente se paralizó, su cuerpo comenzó a temblar levemente y empezó a sentir mucho calor, lo que era evidente porque comenzó a ruborizarse. Ese calor nublaba sus pensamientos y lo hizo sonreír como tarado.
- Hola, Harry. – saludó ella, inocente, sin el más mínimo conocimiento de lo que estaba en la mente de su amigo. - ¿Estás bien? – preguntó, al ver como Harry iba cambiando de color.
- He… ¿yo?, si, estoy bien… muy bien. – respondió el muchacho, ruborizándose cada vez más. Ella lo miró con recelo de arriba abajo, cuando de pronto ella también cambió su expresión a una sonrisa extraña, mezcla de gracia y vergüenza.
- He… Harry… – dijo ella tentativamente, aún con esa expresión en su rostro – ¿Es tu varita en el bolsillo, o solo te da gusto verme?.
Harry miró hacia abajo y ¡¡¡OH POR DIOS!!!. Por más que trató de encorvarse y cubrirse con su túnica y su mochila, ya no pudo esconder lo que, obviamente, Anny ya había visto. El pobre chico, convertido ahora en un tomate cocido, salió corriendo hacia el baño de hombres más cercano que encontró y se encerró en uno de los cubículos. ¡¿Cómo había sido posible que perdiera el control de aquella forma tan vergonzosa?!, ¡¡Y DELANTE DE ELLA!! ¡¿Cómo pudo ser que sus hormonas lo hubieran dominado así?!. Harry pasó un rato metido en el baño, tratando de tranquilizarse. No podía quedarse mucho tiempo, porque tenía clase de pociones y no debía llegar tarde. Por fin se decidió a salir. Se mojó la cara con agua fría y se encaminó hacia las mazmorras de Snape. Cuando llegó al aula se dio cuenta de que Snape no había llegado aún, lo que fue un alivio momentáneo. Se dirigió a su lugar, junto a Anny, que lo esperaba con una amplia sonrisa.
- ¿Ya se te bajó… el ánimo? – preguntó ella, con un tono pícaro en su voz y con la misma sonrisa, tratando de contener una evidente carcajada.
- Ja, Ja, Ja, muy graciosa – respondió el chico, con sarcasmo.
- No te preocupes, no eres el primero, ni serás el último al que le pasa.
- ¡Que consuelo! – siguió el sarcasmo – Además, eso fue tu culpa. – dijo sin contenerse.
- ¡¿MI culpa?! – alegó Anny – ¡pero si yo no hice nada!, ¡ni siquiera te toqué!
- ¡Pues ese es el problema! – respondió Harry – ¡Imagina si lo hicieras! – al decirlo puso cara de “no debí decir eso”. Ella lo miró y empezó a sonrojarse. En eso llegó Snape y los puso a trabajar. Durante toda la clase, Harry miraba de reojo a Anny, que también lo miraba muy despistadamente y se sonreían de vez en cuando.

Las dos semanas que siguieron después de que Harry encontrara el cristal, habían sido algo frustrante. Harry platicaba con Anny muy bien, como siempre, incluso después del vergonzoso incidente. Pero, cada vez que se encontraban y hablaran de lo que fuera, había momentos en que los dos guardaban completo silencio. En esos momentos Harry siempre intentó decirle a la chica cuánto le gustaba, pero no sabía cómo y siempre perdía la oportunidad. O ella se iba o alguien los interrumpía, el caso era que el muchacho siempre se quedaba apunto de decírselo.
Aquel era un fresco día de mediados de febrero. Harry se encontraba sentado a la orilla del lago detrás de un arbusto para que no lo vieran. Pensaba en el cristal, en el Medallón, en el extraño hombre de su sueño y en la advertencia de sus padres. De cierto modo sí le preocupaba la forma en que había actuado en algunas ocasiones. Constantemente su subconsciente le cuestionaba si realmente podría atacar a sus amigos. También pensaba en Voldemort, ya que su ausencia de actividad lo incomodaba cada vez más, realmente temía que el mago estuviera preparando algo perverso en su contra o en contra de sus seres queridos. El chico seguía meditando en eso a la orilla del lago cuando alguien apareció.
- Hola – Anny surgió detrás del arbusto que lo escondía. – ¿Qué haces aquí tan solo? – preguntó ella. La chica siempre tenía la habilidad de encontrarlo donde estuviera.
- Nada – contestó el muchacho, sin extrañarse de verla ahí, – solo estoy pensando.
- Y, ¿en qué piensas?. – le preguntó, mientras se sentó junto a él.
- En nada sin importancia. – respondió, y dando un suspiro, bajó la cabeza.
- Si fuera algo sin importancia, no te afectaría tanto. – le dijo. – Pensé que ya nos confiábamos nuestros secretos. Anda, dime.
- En serio, no es nada. Nada de que preocuparse.
- ¿Voldemort?
Harry no contestó, así que Anny comprendió que él no quería hablar en ese momento. Entonces ella puso su mano sobre su espalda para confortarlo. Él levantó la vista hacia ella, que lo miraba de una forma muy dulce, como diciéndole que jamás estaría solo. Él sintió un calor extendiéndose por su cuerpo, sintió que su corazón latía otra vez y con más fuerza que antes.
- Sabes que puedes confiar en mí. Si no quieres hablar ahora, lo entiendo. Ya sabes donde encontrarme si me necesitas.
Ella le dio un beso en la mejilla y se levantó del césped para dirigirse hacia el castillo. Harry sintió su beso y en aquel instante se dio cuenta que aquella era su gran oportunidad. Olvidó todo lo que estaba pensando y fue tras ella. Era ahora o nunca.
- Anny, espera, quiero decirte algo.
- ¿Qué pasa? – preguntó la chica. Harry no sabía por donde empezar.
- ¿Crees que somos buenos amigos?
- Claro, pero que pregunta.
- ¿Confías en mí?
- Claro que sí. – respondió ella. – No te voy a presionar para que me hables de algo que no quieres.
- No es eso.
- Entonces, ¿qué es?
- ¿De veras me consideras solo tu amigo?
- Estas muy raro, ¿qué te pasa?.
- Nada, es solo que , bueno, me preguntaba… si tú… si tú…
Harry la miró fijamente a los ojos y tomó su mano. Ella también lo veía sin pestañear.
- Si yo ¿qué?
Harry no continuó, mejor se decidió a hacer lo que desde hace mucho tiempo deseaba hacer. Levantó su mano derecha y acarició la mejilla de Anny. Lentamente se fue acercando a ella, despacio, sin apartar la mirada de sus ojos, hasta que le dio un tierno y dulce beso en los labios, que se hacía más intenso con cada segundo que pasaba. Anny soltó el libro que traía en las manos, dejándose llevar. Harry comenzó a rodearla con sus brazos, acercándola más a él. Duraron un buen rato así, fundidos en ese apasionado y ávido beso. Anny aún tenía los ojos cerrados cuando Harry se separó de ella. La chica estaba paralizada, Harry podía escuchar quedamente su respiración rápida. Poco a poco, la chica abrió los ojos para ver los de Harry clavados en ella. Él la veía sin parpadear. Anny, evidentemente, no podía hablar, así que Harry intentó hacerlo.
- Yo… bueno – no sabía que decir. Anny solo lo veía, con la boca entreabierta. – Había querido decírtelo desde hace tiempo – continuó Harry, – pero no… no sabía cómo y… bueno, es que pensaba que Alan y tú, ¡pero ahora sé que no! Y… había estado planeándolo, buscando la oportunidad, pero… – respiró profundo y continuó con voz más segura – Me gustas. – dijo – Me gustas desde hace mucho tiempo. Yo me preguntaba, si tú quisieras… no tienes porque responder ahora, pero… ¿te gustaría ser mi novia?
Anny seguía en shok, no decía absolutamente nada. Eso ponía cada vez más nervioso a Harry.
- Di algo. – continuó Harry, un tanto suplicante, – lo que sea.
Anny bajó la cabeza unos segundos y emitió un leve resuello. Harry se sintió devastado, no quería hacerla llorar. Tomaba aquella respuesta como un “no”. Pero entonces, Anny se acercó a él y se acurrucó en sus brazos, abrazándolo muy fuerte. Como Harry era un poco más alto que ella, la chica apoyó la cabeza sobre su hombro. Él la aferró fuerte y la sintió estremecerse.
- ¿Qué pasa? – preguntó él, con voz suave.
Ella alzó su cabeza y lo miró directo a los ojos. A pesar de que había una fina lágrima en su rostro, ella sonreía. Levantó su mano y acarició el rostro de Harry. Entonces lo besó. Cuando se separaron, ella habló por primera vez.
- ¿Quieres la respuesta por escrito, o esto es suficiente?
Harry sonrió lleno de felicidad y la volvió a besar. Se abrazaron un buen rato y luego se sentaron en el césped, a contemplar el atardecer a orillas del lago. Anny abrigada en los brazos de Harry, que la protegían.
- No pensé que me responderías tan rápido. – comentó Harry después de un rato, mientras jugaba con la mano de la chica.
- Ya te habías tardado, – dijo ella, mirándolo, – pensé que nunca lo harías.
- ¿Tú crees que fue fácil? – preguntó Harry, aparentemente indignado, aunque no dejaba de sonreír.
- Esto nunca es fácil, Harry Potter. – respondió ella, con una amplia y pícara sonrisa. – Nadie sabrá de esto, ¿verdad? – preguntó ella.
- Eso depende de ti. Solo si tú quieres.
- Creo que no. No quiero causarte problemas y, además, en secreto será más divertido.
- Así se hará entonces.
Los dos rieron y se abrazaron. Pasó la tarde y la noche empezó a caer, y con ella el fresco de la temporada. Anny comenzó a tiritar otra vez, pero ahora sí era de frío.
- Será mejor que regresemos. – dijo Harry – ¿Te vas tú primero o yo?
- En este momento no hay nadie en los jardines, vamonos juntos.
La chica recogió su libro y los dos se levantaron y se encaminaron hacia el castillo tomados de las manos. Entonces Anny comentó:
- Te confieso que me será difícil aparentar la distancia entre nosotros.
- Lo sé. Pero si quieres exponer lo nuestro, a mí no me importa. Ya dejé de preocuparme de los demás.
La chica suelta un risita amarga.
- A Alan no le va a gustar. No quiero que te de problemas, a veces puede ser muy molesto.
- Creo que puedo manejarlo.
- Si, mira tú. Lo que quieres es echarle una serpiente encima, ¿verdad?. – comentó la chica, en broma.
- Si se deja. – respondió el chico, riendo.
Ya estaban los dos ante las grandes puertas de roble, pero no querían entrar, al menos no como dos extraños. Al fin Anny habló.
- Sabía que había una muy buen razón para venir a Hogwarts. Algo en mi corazón me lo decía, aunque mucho tiempo no le creí.
- Anny yo… - comenzó Harry, pero la chica lo detuvo, poniendo su mano sobre su boca.
- No digas nada… lo sé. – ella le sonrió tiernamente y lo besó. Luego se dio la vuelta y entró al Gran Comedor, mientras Harry la observaba, con el corazón lleno de felicidad. Cinco minutos después entró Harry. La miró sentada junto a Alan, pero ahora se veía claramente muy feliz, incluso le sonreía a sus compañeros, cosa que Harry nunca había visto.
El muchacho también se fue a sentar con sus amigos, que ni se dieron cuenta que llegó, porque estaba muy entretenidos. Pero Harry estaba demasiado feliz para importarle. Cuando sus amigos repararon en su presencia, notaron que el muchacho estaba inusualmente contento.
- ¿Qué pasa, Harry?
- ¿Qué pasa de qué?
- No te hagas el tonto. ¿Por qué estas tan contento?
- Por nada en especial.
- ¿Dónde estabas?
- Por ahí, paseando.
- En serio, Harry, ¿qué estabas haciendo?, ¿por qué estas tan feliz?
El chico se encogió de hombros. Obviamente no les iba a decir la verdadera razón de su ánimo, ya que a ellos, al igual que Alan, no les iba hacer mucha gracia el hecho de que Anny fuera su novia.

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