lunes, 21 de enero de 2008

Capítulo 28.- El nuevo cuartel de la Orden del Fénix.

Harry regresó a su dormitorio bastante intrigado por la conversación que acababa de escuchar. Hacía tanto tiempo que había dejado de preocuparse por el mundo exterior, que casi había olvidado que tenía que ser ÉL quien terminara con la guerra, y debía estar al tanto de aquella información.

***
Los días iban pasado y aquella conversación no la podía sacar de su cabeza, y menos si su cicatriz se la recordaba a cada momento, ya que le molestaba constantemente. Pero aún así, Harry había seguido el consejo de Anny de relajarse y no dejarse llevar por el incidente, y se dio cuenta que, al menos, podía concentrarse un poco en lo que hacía. Aunque los maestros seguían tercos en dejar montones de tarea, Harry se tomaba el tiempo para estar con su novia, que, si bien no era mucho, sí era muy bien aprovechado. Pero Harry no pudo dejar de notar que sus amigos y compañeros comenzaban a darse cuenta de sus continuas desapariciones y de la forma en que siempre buscaba la oportunidad de estar a solas con Veranna Waller, la malvada bruja de Slytherin. Aunque ella era evitada y temida por la mayoría de los estudiantes, por su carácter de hechizar a quien se le pusiera enfrente o por dejar inconsciente a todos sus oponentes en duelo, nadie la había visto discutir con Harry o estar enojada con él, o gritarle, ni nada por el estilo, viendo que trabajaban juntos. << 'Para ser Gryffindor y Slytherin se llevan bastante bien' >>, decía muchos a sus espaldas. En más de una ocasión Ron y Hermione intentaron presionar a Harry para que hablara de ella, pero el chico les decía: << 'solo es mi compañera de trabajo, es todo, no alucinen' >> y, aunque no los convencía mucho, por fin se cansaron de insistirle, sobre todo porque lo fastidiaron hasta que les gritó. Aquellos pequeños incidentes hicieron más difíciles las reuniones de Harry y Anny, que también se sentía presionada por Alan, que ya sospechaba mucho de ella. Aunque la chica le dijo a Harry que Aradia no los había delatado, aún así, su hermano la vigilaba más que antes y, pero aún, pedía a Malfoy ayuda para vigilarla mejor.
- ¡Me están asfixiando! – dijo Anny una tarde en la biblioteca vacía a la hora de la cena, mientras terminaban los apuntes de pociones. - ¡Ya no los soporto, en especial a Malfoy! ¡QUISIERA ARRANCARLE LA CABEZA!
- Tranquila. – le decía Harry. – Se que Malfoy es odioso, yo también quisiera hacer eso, pero me expulsarían. ¿Te la hacer pasar muy mal?
- Noo, que vaa – dice Anny con sarcasmo – si le quiero arrancar la cabeza por que lo adoro.
- Me refiero a que si no quieres ayuda con el patán. Me encantaría ayudarte.
- Harry, YO me sé defender sola. Además no voy a permitir que te arriesgues a ser expulsado por un tonto como él. Ya idearé algo para fastidiarlo, a fin de cuentas que no se me dificulta. – concluye con una maliciosa sonrisa que Harry le corresponde con otra.
- Está bien, pero si te hace algo, lo mato, y no es broma.
- Tendrás que desenterrarlo, porque yo lo habré matado primero. Por cierto, ya hable con Aradia.
- ¿A sí?, ¿qué te dijo?
- Ella dice que quiere ser mi amiga.
- ¿Solo eso?, ¿no será algún chantaje o una trampa?
- No lo sé. Me dijo que debo confiar en alguien más que en ti.
- Entonces ¿le confirmaste lo nuestro?
- Claro que no, aún. Pero creo que sus intenciones son buenas, nunca me delató, sino al contrario.
- ¿Crees poder confiar en ella?
- Sé que ella no es de las que tengan muchas amistades, pero sí de las que se puede confiar. Alan se fía mucho de ella. En realidad nunca había hablado con ella, pero desde que la conozco nunca me causó un verdadero problema, como a otros, ella puede ser muy latosa. Aunque tal vez era porque soy hermana de Alan y a ella le gusta, pero no sé. ¿Tú que opinas?
- Pues, no sé.. No la conozco, pero parece ser muy arrogante.
- Es orgullosa, eso sí.
- Puedes darle una oportunidad, si quieres, solo ten cuidado. Que te demuestre con hechos que quiere ser tu amiga.
- Creo que lo haré.
Los dos seguían con su tarea cuando se apareció Malfoy.
- Veranna, aquí estas. – le dijo sin mirar a Harry. – Te he estado buscando por todo el castillo.
- Porque no buscaste en el lago, me habría gustado que te ahogaras. – respondió la chica con brusquedad.
- ¡Ja, Ja, Ja, Ja! – rió Harry.
- ¿Tú de que te ríes, cara rajada? – dijo Malfoy, claramente molesto. Pero Harry no le contestó, solo siguió riendo.
- ¡Cállate o si no…! – ladró Malfoy.
- Si no ¿qué? – desafió Harry. – Adelante, si no ¿qué?
Malfoy estaba solo, así que no tuvo el valor de enfrentarse a Harry en esas condiciones. Harry sonrió triunfante y burlón ante su cobarde oponente.
- Vamos, Veranna. – le dice Malfoy a la chica.
- No voy a ir. – responde ella con calma, Malfoy la observó sorprendido. – Ve dile a Alan que si quiere verme, que venga él por mí y no mande a sus achichincles.
- Alan no me envió.
- Entonces con mayor razón me quedaré aquí.
- ¡He dicho que vendrás conmigo! – Malfoy la tomó del brazo fuertemente, pero en ese instante Harry se levantó de su silla furioso y se interpuso entre el rubio y la chica.
- Vuelve a tocarla así y no vivirás para contarlo. – le dijo en un gélido susurro que hizo a Draco palidecer del temor. Inmediatamente Malfoy la soltó y salió de la biblioteca si decir nada, pero claramente intimidado.
- No debiste hacerlo. – le dijo Anny a Harry, una vez que pasó todo. – Yo podía defenderme sola.
- Lo sé, pero jamás permitiré que alguien te ponga la mano encima, – dijo el chico – y menos si es Malfoy.
- Ay Harry. No lo entiendes, ¿vedad? Malfoy le dirá a Alan lo que pasó, él vendrá y se enfrentará conmigo y lo que es peor, contigo.
- No le tengo miedo.
- Lo sé. Solo que nuestro secreto ahora se descubrirá.
Harry no había pensado en eso.
***

Pasó otra semana, los alumnos ya rogaban por que llegaran las vacaciones de pascua. Aunque solo era una semana, no tendrían clases y podrían salir del castillo a relajarse un poco, o al menos esos eran los planes de la mayoría, pero todo cambió cuando el director anunció en la cena que se les permitiría a los alumnos visitar a sus familias durante esa semana (igual que en navidad), y lo hizo porque varios estudiantes tenía miedo de no volver a ver a sus familiares, ya que estaba a mitad de una guerra. Así pues, todos estaban felices y contentos de ir de nuevo a casa. Aunque Harry no tenía muchos deseos de abandonar el colegio, aquella era una buena oportunidad de descansar y de estar con su novia. Desafortunadamente la chica ya tenía otros planes.
- ¿Pasarás las vacaciones conmigo? – le preguntó Harry, antes de la cena, mientras estaban escondidos en un rincón.
- Me temo que no.
- ¿Por qué?
- Porque en cuanto dijeron que podríamos visitar a muestras familias, Alan recibió un mensaje de su padre pidiéndole ir, y que yo lo acompañara.
- Pero, puedes decir que no.
- No, no puedo. Él quiere verme a mí principalmente.
- ¿Para qué?
- No lo sé, pero debe ser algo malo. – responde Anny, con algo de temor.
- Pues no vayas.
- Si fuera tan fácil. Ni siquiera tomaremos el tren, él vendrá a recogernos hasta la puerta del castillo mañana a primera hora.
- Pero, si nos vamos hasta dentro de dos días.
- Pues ya ves. No tengo alternativa. Lo siento.
- Esta bien – dijo Harry, abrazándola. – No te preocupes, nos veremos hasta que regresemos. Pero promete que me escribirás.
- Haré todo lo posible, pero no puedo prometerte nada.
- ¡¿Ni siquiera eso te dejan hacer?!
- Tú no sabes cómo es ese lugar, o mejor dicho, cómo son en es lugar. Tendré suerte si me dan mi propia habitación.
El chico tuvo que aceptar, muy a su pesar, que la chica se fuera. Pero aún así estaba preocupado, Anny lucía realmente inquietada por la llamada de su padre. << ¿Qué será lo que le espera en casa? >>, se preguntaba Harry al ver lo preocupado de la chica.
Al día siguiente, viernes por la mañana, todos los alumnos bajaban a desayunar antes de su último día de clases pero, a diferencia de otros días, en aquel casi todos los estudiantes se quedaban detenidos en el vestíbulo, observando las grandes puertas de entrada. Ahí también se encontraban Dumbledor y Snape, acompañando a Alan y Anny con sus baúles de viaje. Todos parecían esperar a alguien. Harry, Ron y Hermione también se quedaron en el vestíbulo, junto con un montó de curiosos Ravenclaw’s, viendo cómo se abrían las puertas. En el umbral apareció un hombre alto, delgado, muy elegante, con traje negro, corbata y una túnica de terciopelo que arrastraba. Parecía muy arrogante, su rostro reflejaba una expresión de desagrado, muy parecido al de su hijo, al mismo tiempo que era insensible y severo, como el de su hija. Venía acompañado de dos elfos domésticos. Aquel hombre se acercó a Dumbledor y le habló casi en un susurro, a lo que el director asintió, no muy conforme. Entonces le ordenó a los elfos que fueran por el equipaje de sus hijos, luego le ordenó a éstos que lo siguieran. Los dos muchachos caminaron orgullosos y seguros, detrás de su padre, sin desviar la mirada hacia el público espectador. Al salir del castillo, los dos jóvenes subieron a un elegante carruaje tirado por caballos normales. Harry vio a través de la ventanilla que Anny estaba cabizbaja y, como si el chico la llamara, ella elevó su vista por dos segundos y la posó en él, para despedirse. Pero no fue la única, su padre siguió la mirada de su hija y se fijó en Harry también, entonces en chico sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aunque solo lo miró por unos instantes, la mirada del hombre era tan fría y penetrante que Harry sentía que podía traspasarlo hasta lo más hondo de sus ser. En aquel momento el carruaje comenzó a avanzar y el hombre regresó la vista al interior del coche.
Pasó el resto del día sin mayor novedad, solo que a Harry se le hizo increíblemente eterna la clase de pociones que, por ser la última, Snape se las hizo más fastidiosa que de costumbre. Aquella noche Harry regresó cansado a su dormitorio, ni siquiera cenó, solo llegó a su cama y se tiró, en un santiamén se quedó profundamente dormido.
Harry estaba sentado en un sillón raído de respaldo alto, con sus manos blancas de dedos largos jugaba con una varita de color negro. La habitación estaba casi oscura, excepto por una pequeña vela cerca de extinguirse. Harry se sentía ansioso, como si ya no pudiera esperar más, cuando se escuchó que alguien entró, pero no se molestó en voltear.
- Ya está en camino, Señor. – dijo la voz de una mujer que Harry no reconoció, pero siendo Voldemort sabía quien era.
- ¿Estás segura que vendrá? – preguntó Harry con voz fría.
- Sí, Señor, completamente – respondía la mujer con plena seguridad. Por alguna razón ella no sentía el mismo temor hacia Voldemort como el resto de sus mortífagos.
- Muy bien. – respondió Harry, aún jugando con la varita. – Espero que sea útil.
- Lo será, Señor, – dijo la mujer maliciosamente – le aseguro que lo será.
Harry hizo un mueca de alegría y desprecio a la vez, como una especia de sonrisa malévola ente la respuesta de aquella mujer.
*

- ¡Harry, despierta!, es hora de irnos.
- ¿Qué? – respondió Harry, medio adormilado.
- Tu equipaje tonto, los carruajes están a punto de llegar.
Harry se enderezó de la cama, sentía dar vueltas y su cicatriz le dolía levemente. En aquel momento recordó su sueño, se incorporó de un salto y miró a todos lados, como buscando algo en su habitación. Una angustia enorme comenzó a invadirlo.
- Hey, ¿qué pasa? – preguntó Ron, asustado de que su amigo se levantara tan violentamente.
Harry no decía nada, estaba pensando, ¿a que se refería Voldemort?, ¿a quien estaba esperando?, ¿quién era la dueña de aquella voz?. El chico se percató que el pelirrojo lo observaba asustado, así que decidió tranquilizarse y aparentar que nada había pasado.
- ¿Estás bien?
- Sí, creo que todavía estaba medio dormido. – mintió el muchacho – Por cierto, ¿a dónde iremos?
- A la madriguera, creo, mamá no me dijo bien, ellos nos esperan en la estación. ¿Seguro que estás bien?
- Ya te dije que sí, pero me duele un poco la cabeza.
Ron aún lo miraba extraño, pero ya no le preguntó nada. Harry se levantó y arregló sus cosas, aunque no tenía muchas ganas de irse, ya se había comprometido a pasar la vacaciones con sus amigos y no podía echarse para atrás.
Los tres chicos tomaron los carruajes que los llevaba a la estación de Hogsmead, luego tomaron el tren que los llevó a Londres. Una vez allá se encontraron con los padres de Ron, que los esperaba en la estación para llevarlos a la Madriguera en coche. Durante su travesía no hablaron mucho, solo el Sr. Weasley comentó que por fin habían elegido a un nuevo Ministro de Magia, aunque todavía no se hacía el anuncio oficial. Dijo que el elegido fue Amos Diggory, quien estaba muy contento porque, según dijo el Sr. Weasley, el hombre así podría luchar mejor contra el asesino de su hijo. Harry habría deseado que dejaran a un lado la conversación que incluía a Cedric, ya que lo hacía sentirse incómodo. Por fin llegaron a la casa, todos bajaron del auto y entraron, pero el lugar estaba completamente vacío.
- Oye mamá, – habló Ginny – ¿donde están Fred y George?
- En un momento los veremos. – respondió la Sra. Weasley – Ron, no subas tu equipaje a la habitación, no nos quedaremos. – le dijo al pelirrojo, que ya se encaminaba a su cuarto.
- Entonces ¿a qué vinimos? – preguntó éste.
- Solo por una distracción. – respondió su madre.
- ¿A dónde vamos entonces? – inquirió la pelirroja. Pero su madre no respondió ésta vez, sino que sacó un viejo reloj cu-cu de una caja y se lo dio a su esposo.
- ¿Listo, Arthur?
- Listo.
El Sr. Weasley tocó el reloj con su varita y éste tembló levemente, luego quedó como estaba.
- Bien, muchachos, todos juntos tocarán el traslador sin soltar su equipaje, ¿de acuerdo?.
- De acuerdo. – respondieron todos.
Harry pudo sentir cómo sus pies se elevaban del suelo y comenzaba a dar vueltas en un remolino de colores, pero cerró sus ojos por que se mareaba, de por sí ya se sentía un poco mal. Después de unos minutos todos aterrizaron sobre un piso de madera. Harry abrió los ojos y se encontró en el vestíbulo de una enorme casa antigua, con paredes de piedra y pisos de madera, tenía ventanas altas cubiertas con cortinas color rojo escarlata, también había un sinnúmero de corredores y escaleras en todas direcciones, además había grandes estantes con miles de aparatitos brillantes y ruidosos. En una de las paredes había un enorme tapiz con un fénix dorado muy bien dibujado. De pronto una anciana alegre de ojos claros y con un delantal de flores se les acerca rápidamente.
- Llegan justo a tiempo para la reunión. Albus los ha estado esperando. – dijo la anciana con voz un tanto chillona. – No se preocupen por su equipaje, yo me encargaré.
- ¿También ellos estarán en la reunión? – preguntó alarmada la Sra. Weasley señalando a los muchachos.
- Pues claro – respondió la anciana, impaciente. – Para eso se convocó a ésta reunión en especial.
- Águeda tiene razón. – se escuchó la voz de Albus Dumbledor, que salió por una puerta que está a la derecha del vestíbulo. – Bienvenidos a mi casa. – dijo. – Ella en Águeda, el ama de llaves, ella se encargará de subir su equipaje. Bien, Harry, te hemos estado esperando, sígueme.
- ¿Podemos ir también? – preguntó Hermione sin poder contenerse. Dumbledor la miró un largo minuto, luego respondió.
- No sería lo más correcto, Srta. Grenger. Pero sabiendo que en cuanto suba Harry a su alcoba les dirá todo, acepto que entren, pero no que interrumpan. – los chicos asintieron.
- Pero… - protestó la Sra. Weasley.
- No te preocupes Molly, no se quedarán a toda la junta, solo a lo necesario.
Todos siguieron a Dumbledor al interior del estudio de donde había salido. En el lugar ya se encontraban varias personas sentadas alrededor de una mesa rectangular. Entra ellas se encontraban los gemelos, Tonks, Lupin, Ojo Loco y, para desagrado de Harry, Snape.
- Bien. – comenzó Dumbledor. – Creo que los que estamos somos los que necesitamos estar, suena raro pero así es. Esta reunión la convoqué principalmente para hablar con Harry. Aunque bien pude haberlo hecho en privado, solo con él, no lo hice porque creo que es tiempo que ustedes, que son de los más allegados a él, también lo sepan.
>> Para comenzar, Harry, quisiera preguntarte, y quiero que seas honesto, ¿cuándo fue la última vez que te molestó tu cicatriz?
- Hace 5 segundos. – respondió el muchacho algo irónico, pero con sinceridad.
- Me refiero, que te haya molestado de verdad.
- Hace unos días comenzó a dolerme casi todo el tiempo.
- Y, ¿antes de eso?
Harry calló un rato, haciendo memoria, hasta que lo recordó.
- La última vez fue en Halloween. Luego de esa noche parecía que no existía, hasta ahora.
- ¿La noche de Halloween? – preguntó Dumbledor con tono de más bien confirmar algo.
- Sí – continuó Harry. – Me di cuenta que estaba furioso, sobre todo con Bellatrix, la torturó por la estupidez que cometió.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque Voldemort no mandó ese ataque a Grimmauld Place, Bellatrix lo hizo por su cuenta y eso lo enfureció, sobre todo porque le salió mal.
- ¿Después ya no sentiste nada?
- No, – respondió el chico – fue como si hubiera dejado de existir.
- Sabía que no estaba enterado. – dijo de repente Ojo Loco – Eso fue una estupidez.
- ¿Ya saben quien fue el traidor? – preguntó Harry, sin poderse contener.
- Siempre lo hemos sabido. – respondió con calma Dumbledor. Harry lo vio con cara de querer saber quien era. – Al morir Sirius – continuó Dumbledor, – Kearcher, el elfo doméstico, no te consideraba a ti como su amo, así que el elfo se vio libre de delatarnos. Como nos quería fuera de su casa, fue con Narcisa Malfoy a darle nuestra ubicación. Ella se lo comunicó a Bellatrix, quien planeó el ataque, y se tomó la libertad de hacerlo porque Voldemort no se encontraba. Afortunadamente el elfo no fue lo bastante discreto como para guardar el secreto de la embestida y nosotros fácilmente lo dedujimos y preparamos la emboscada. Lamentablemente el elfo murió en el ataque. – Hermione ahogó un grito.
- ¿Por qué no estaba Voldemort?, ¿donde estaba? – preguntó Harry.
- Es lo que tratamos de averiguar. Después de que te… - Dumbledor se detuvo un instante mirando a Harry, no podía decir que él fue poseído por Voldemort, porque espantaría a todos, pero continuó – de que te atacó en el atrio del Ministerio de Magia, él desapareció durante todas la vacaciones, pero dejó órdenes para que sus mortífagos aparentaran su presencia aquí. Regresó para la noche de Halloween, cuando lo sentiste enojado, luego se marchó otra vez, hasta ahora, que vuelve con nuevos planes. No sabemos donde ha estado ni que ha estado haciendo, pero sabemos que ahora busca algo nuevo.
- Entonces – interrumpió Tonks, – ¿Ya no le interesa la profecía?
A Harry le da un vuelco el corazón al escucharla, pero trató de aparentarlo.
- Creo que ya es demasiado tarde. – respondió Dumbledor. – Ya no tiene caso para Voldemort seguir buscándola, si sabe que jamás logrará obtenerla. Además, lo más importante de esa profecía ya no es un secreto, porque Harry lo sabe.
- ¿Potter sabe de su importancia? – preguntó Snape, incrédulo.
- Sí – contestó Dumbledor, con calma, mirándolo, – Harry conoce a la perfección el contenido de esa profecía.
Todos los presentes observaba al muchacho muy sorprendidos y con respeto, como si ya fuera un mago adulto.
- Pero, Dumbledor… – dijo de pronto la Sra. Weasley, pero el mago la interrumpió.
- Lo sé, Molly. Harry es muy joven aún, pero esto fue algo que debió saber desde hace mucho y que fue un error mío no decírselo a tiempo. Pero ahora, que lo sabe, sé que está conciente de lo que tiene que hacer y lo que NO tiene que hacer. ¿No es así, Harry?
- Sí. – respondió el muchacho.
- Ahora eres más fuerte, Harry, controlas más tus emociones y no te dejas llevar tanto por ellas. Le has cerrado una puerta muy importante a Voldemort para que no vuelva a ocurrir lo que sucedió en ese atrio. Aún así, no debes confiarte, sabes que no te puedes arriesgar ahora porque no estas totalmente preparado. – el chico asintió en todo mientras era el centro de atención. – Bien Harry, puedes subir a tu alcoba a descansar, Águeda te dirá cual es. Es todo por hoy. Ustedes – dijo señalando a los otros chicos – también deben irse.
Los cuatro subieron en silencio hasta las habitaciones del tercer piso. Harry, que no les había mencionado nada a sus amigos acerca de la profecía, evitaba sus miradas, sabía de un momento a otro le reclamarían por no habérselos contado antes.

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