lunes, 21 de enero de 2008

Capítulo 21.- Cruciatus, la maldición del dolor.

Harry, Ron y Hermione bajaron a desayunar aquella mañana de mediados de enero. Minutos más tarde apareció Anny. Su expresión era más relajada y contenta que la del día anterior. Ella llegó y se sentó junto a Alan. Harry recordó lo que ella le dijo: << 'Alan también es hijo de mi padre, es mi medio hermano' >>. Ese recuerdo lo alegró, porque eso significaba que le daba al chico una oportunidad de buscar algo más con ella. (Y, aunque hubiera sido su novio, a Harry no le habría importado mucho a estas alturas).
- ¿Por qué tan contento, Harry? – preguntó Hermione, ya que el muchacho no dejaba de sonreír.
- No, por nada. – respondió, tratando de sonar casual.
- Se ve que pasaste toda la noche en vela, traes una ojeras que no puedes con ellas. – le comentó Ron.
- ¿En qué pensabas? – le preguntó su amiga.
- En muchas cosas. – respondió, pero quería desviar el tema. – Pero, no hablemos de mí. Cuéntenme, nadie me ha dicho exactamente qué pasó la noche de Navidad.
- Para qué quieres saberlo, si fue bastante desagradable.
- Vamos, díganme, quiero saberlo.
- OK – dijo Ron – ¿Recuerdas que tú te fuiste a dormir temprano?
- Sí.
- Bueno, pues Percy estuvo entreteniendo a todos en la mesa durante más de una hora. Cuando alguien quería subir, él lo detenía haciendo alguna pregunta estúpida o algo, el caso era que nadie subiera a verte. Así que te encontré una hora después de que te atacaran.
- ¿Por qué haría eso?
- Porque estaba hechizado – respondió Hermione.
- Sí – continuó Ron. – En cuanto te encontré me asusté y corrí como loco a avisarle a los demás. Todos se aterrorizaron, menos Percy. Él parecía mas bien despertar de un sueño, preguntó dónde estaba y qué estaba haciendo ahí. Claramente alguien lo había embrujado. Sabiendo que tú estarías en nuestra casa, Dumbledor mandó encantarla para que nadie pudiera entrar, excepto los miembros de la familia y algunos invitados. Por eso usaron a Percy como señuelo, él podría entrar sin problemas y todos le pondrían atención a él y no a ti.
- Un plan muy astuto. – comentó Hermione.
- Mamá ahora está furiosa con él, ya que regresó a Londres sin importarle un comino tu estado de salud. – continuó el pelirrojo.
- Tengo una pregunta, Ron. Cuando entraste en la habitación, ¿encontraste algo raro?, aparte de verme tirado a mí, claro.
- Cuando entré, había fuego en la chimenea, aunque casi se extinguía, solo quedaban unas brasas. Entonces te vi tirado y pensé que estabas, bueno, no quisiera decirlo, el caso es que te encontré ahí y casi me muero del susto.
- Que extraño – comentó Harry, – cuando yo entré estaba totalmente oscuro, solo entraba luz por la ventana abierta.
- ¿Tienes alguna idea de cómo entraron a la casa, Harry?
El muchacho se quedó pensando, pero no dijo nada, solo negó con la cabeza.
- Como durante estas últimas semanas ha habido muchos enfrentamientos entre mortífagos y aurores, Dumbledor decidió que era buena idea abrir el Club de Duelo otra vez, solo que ahora lo dirige Robinson y ya ves como es de estricta.
- Que bien, hasta que hay algo interesante que hacer. – dijo Harry.
- Las sesiones son todos los sábados por la mañana, lo que deja los entrenamientos para las tardes o para los domingos, y solo se suspende cuando hay partido o visita a Hogsmead. Apenas llevamos una sesión, la de la semana pasada, la de hoy se canceló porque hay visita al pueblo.
- Ya me había emocionado con lo del duelo, pero lo de la salida suena mejor, necesito aire fresco.
- Tú no puedes ir, Harry – dijo Hermione de repente con voz regañona.
- ¿Por qué no? – reclamó el chico.
- Porque tienes aún mucha tarea que hacer.
Harry no pudo rebatir aquel alegato, su amiga tenía razón y, a menos que empezara en aquel momento, jamás terminaría. Durante el resto del día, Harry se dedicó a poner en orden sus apuntes y tareas. El trabajo le llevó hasta la hora de cenar. Cuando bajó al Gran Comedor, Harry recordó que aún le faltaba la tarea de pociones, y la única persona que podría ayudarlo era, precisamente, su compañera de trabajo en esa clase. Después de la cena, Harry alcanzó a Anny cuando ésta se dirigía a su sala común, desafortunadamente iba acompañada de Draco Malfoy.
- ¡Ann... Veranna! – la llamó Harry. La chica lo miró una tanto asustada por el error que él estuvo a punto de cometer, luego pareció no darle importancia.
- ¿Qué? – preguntó ella, aparentemente hosca.
- Me preguntaba si podrías ayudarme con unos apuntes de pociones.
- ¡¿Estás demente, Potter?! – respondió Malfoy en lugar de Anny. La chica miro a Draco de tal forma que lo estaba fulminando, solo que él no se dio cuenta y siguió hablando – Será muy divertido ver cómo te castiga Snape.
- Es una pena que no lo vayas a ver – respondió Harry con fría clama. Malfoy puso cara de interrogación. – Para cuando te encuentren, los gusanos ya se habrán asqueado contigo.
Anny no pudo aguantar una sonora carcajada.
- ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!. Muy buena Harr... ejem... Potter. – dijo la chica, casi cometiendo el mismo error que él, pero recobrando la compostura casi inmediatamente. Malfoy se quedó con la boca abierta y sin poder contestar. – Te espero en la biblioteca mañana a las 9:00 en punto. No llegues tarde. – dijo la chica, tratando de aparentar la misma hosca actitud que al principio. Luego se marchó, dejando a Malfoy furioso y confuso en el vestíbulo, corriendo tras ella.
Harry regresó a su sala común bastante contento. Sus amigos ya estaban ahí, esperándolo.
- ¿Qué tal la visita al pueblo? – preguntó el chico.
- Mejor que la última vez – respondió Hermione.
Harry notó que sus amigos estaban demasiado contentos y se lanzaban miraditas sospechosas, así que optó mejor por irse a dormir.
Aquella noche Harry tuvo un sueño muy extraño que no había tenido durante su estancia en el hospital. Comenzó con él sobrevolando el castillo de Hogwarts, de noche. Estaba buscando la snitch. Desde la torre de astronomía Ron y Hermione le hacían señas de que bajara con ellos. Hasta ese punto, parecía un sueño normal, pero después, Harry sintió la necesidad de ir a otro lugar. En su misma escoba cambió su dirección y se fue volando, alejándose cada vez más del castillo. Voló durante tanto tiempo que amaneció. Por fin llegó a un bosque y aterrizó en un claro. Anduvo caminando por un rato hasta que encontró lo que buscaba. La cueva donde vio por primera vez la joya, donde se encontró con su familia. Entró corriendo a la caverna hasta que llegó al gran disco de piedra. Ahí, frente a él, estaba ese fuego mágico rojo que se tornaba verde con su sola presencia y que en su interior se custodiaba aquel Medallón misterioso. Ahora lo veía más detenidamente, tenía el tamaño de un galeón, pero un poco más grueso, hecho de oro macizo y lucía increíblemente antiguo. En el centro estaba grabado el perfil de un fiero león con un ojo hecho de esmeralda. Harry quería tocarlo y, mientras acercaba su mano, el fuego abrió una brecha, como antes, entonces la esmeralda comenzó a brillar más. Harry tuvo la impresión de que el león podía moverse. Entre más se aproximara, el Medallón brillaba más y de él emanaba una poderosa energía, que Harry absorbía a cada momento. Estaba a solo unos centímetros de tocarlo cuando… despertó.
Eran las 6:00 de la mañana del domingo. Harry ya no pudo conciliar el sueño. Aún estaba muy presente ese sueño. ¿Qué era ese Medallón?, ¿por qué era tan importante para él? << 'Tal vez Voldemort quiere engañarme nuevamente' >>, pensó, pero… él estaba seguro de que era un sueño, un verdadero sueño y no una visión que Voldemort pudo haber puesto en su cabeza, no sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. (NDA:¿?). Harry necesitaba respuestas, << 'si Voldemort la quisiera – reflexionaba Harry – mis padres no me la habrían mostrado' >>. Entonces recordó las palabras que le dijo su padre: << 'busca la llave de tu poder' >>. Tal vez ese misterioso Medallón era la llave de su poder, del poder que derrotará al Señor Tenebroso y que solo él podría tener. Pero Harry no sabía dónde buscarlo ni cómo conseguirlo. Ni siquiera sabía si era real. El muchacho pasó dos horas pensando en eso antes de levantarse y alistarse para su encuentro con Anny.
Harry llegó puntual a la biblioteca y, una vez ahí, Anny le regresó su capa de invisibilidad, luego los dos se pusieron a trabajar hasta muy entrada la noche, solo paraban para comer.
Harry regresó bastante cansado a la cama, pociones siempre era difícil para él. Se acostó a dormir y volvió a tener el mismo sueño donde estaba apunto de tocar el Medallón. Su corazón lo deseaba con todas sus fuerzas.

A la mañana siguiente, los alumnos de Gryffindor se encaminaban hacia el aula de DCAO. En aquel trimestre habían comenzado con la maldición Cruciatus, lo que era muy desagradable para los estudiantes, excepto para los de Slytherin. Todos tenían que practicar tratando de torturar arañas vivas (obviamente), pero hasta el momento nadie había logrado hacer sentir ni cosquillas a dichas arañas.
- Muy bien, clase – dijo Robinson – estamos comenzando la tercera semana con ésta maldición y NADIE ha logrado siquiera lastimar a sus arañas, no las han hecho sentir ni una punzadita, nada. Sé que es difícil y que hay que tener cierto agrado por ello, pero tienen que aprender a hacerlo aunque no les guste. Hasta ahora, solo la Srta. Limura ha logrado que su araña salte, lo que significa que la ha hecho sentir algo. Veamos que pueden hacer esta semana – la maestra se detuvo al ver a Harry. – Vaya, Sr. Potter, por fin nos hace el honor de acompañarnos. – le dijo – Sé que tal vez es muy pronto pero, ¿le gustaría intentarlo?
- Claro – respondió el chico.
La profesora puso una araña de mediano tamaño sobre la mesa y la hizo que no se moviera.
- Cuando diga 3, Sr. Potter.
Harry miró a la araña. Él recordaba muy bien las instrucciones que Bellatrix le dio en el atrio del ministerio de magia. El chico imaginó a esa araña con el rostro de la bruja y su odio por ella lo invadió, pero se mantuvo muy calmado en espera de la cuenta de la profesora.
- 1… 2… 3.
- Crucio – susurró Harry con una voz gélida que sorprendió a todos.
Inmediatamente la araña comenzó a retorcerse de tal forma que parecía estar a punto de estallar. Harry miraba a la araña arquearse y torcerse hasta donde sus fuerzas la llevaban, mientras él pensaba en Bellatrix. Entonces se comenzó a dibujar una siniestra sonrisa en sus labios, que abrió un poco para dejar escapar una leve exhalación de satisfacción, mientras sus ojos brillaban de emoción. El arácnido parecía no poder aguantar más. Tras él se escuchaban susurros de chicas. << ¡Basta! >>, << ¡que pare ya! >>, << ¡no puedo ver esto! >>, exclamaban.
- Basta, Potter – dijo la maestra con voz fuerte, pero Harry parecía no escuchar. Realmente estaba disfrutando torturar a esa araña en nombre de Bellatrix.
- ¡He dicho que basta! ¡Detente!, ¡PARA YA! – gritó Robinson.
Harry levantó la vista y bajo la varita. La araña quedó tirada, suelta como trapo húmedo. Robinson la examinó. Estaba muerta. Todos veían a Harry, pálidos y aterrados, incluso la maestra estaba algo pálida.
- ¡La clase ha terminado, váyanse! – dijo, con voz extraña – Potter, quiero hablar contigo. Pasa a mi oficina.
Harry siguió a la maestra hasta la oficina que ya había visitado en otras ocasiones, solo que con profesores diferentes (y con Parvati).
- Esta no es la primera vez que haces la maldición cruciatus, ¿verdad, muchacho? – preguntó la maestra.
- No – respondió Harry, sin rodeos. Por algún motivo estaba molesto.
- ¿Sabes que está prohibida por la ley?
- Sí.
- Y, ¿aún así te atreviste a realizarla sin supervisión alguna?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque quería castigar a alguien. – dijo el muchacho sin turbarse.
- ¿Se puede saber a quien?
- A una mortífaga.
- Ya veo. He escuchado mucho de tus tantos encuentros con esos magos.
- Usted quiere que aprendamos a hacer la maldición, ¿o no?. – dijo Harry con tono de fastidio – Yo puedo hacerla, ¿cuál es el problema?
- Aparentemente ninguno – respondió la maestra, – solo el hecho de que TÚ realmente disfrutaste torturando a esa araña, algo que no es correcto. La mataste con la intensidad de tu hechizo.
<< ¿A quien demonios le importa una araña? >>, pensó Harry, mientras miraba desafiante a la profesora. Entonces ella sonrió y habló de nuevo.
- Sabes, eres muy parecido a algunos de mis antiguos alumnos, en especial al Sr. Perlia. Tú, Harry Potter, habrías sido un excelente alumno en Avalón. – La maestra se acercó a Harry con expresión seria y bajó la voz – Te daré un consejo, será mejor que tengas cuidado y no se te ocurra utilizar esta maldición con tus compañeros, ¿entendido?
- No se preocupe, profesora – respondió Harry con frialdad, – lo tendré en mente.
- Puedes irte.
Harry salió de la oficina y del salón. No le gustó para nada el tono de la profesora, pareciera que lo cree capaz de atacar a sus compañeros. De pronto, el corazón de Harry se aceleró. << ¿Atacar a mis compañeros? >>, justo lo que Voldemort le dijo que haría. Harry se asustó de que por un momento su enemigo tuviera razón. ¿Y si realmente era peligroso?. Harry agitó su cabeza para aclarar sus pensamientos. Fue solo un error, él jamás los atacaría, jamás. El chico siguió caminando hasta llegar al Gran Comedor. Al entrar, la mayoría de sus compañeros (que tuvieron la clase con él) lo miraban de una forma rara. Incluso Ron lo hacía también.
- ¿Qué? – preguntó molesto.
- ¿Cómo lograste torturar a esa araña? – preguntó su amigo, con un hilo de voz.
- Para que esa maldición funcione, Ron, no basta sentir odio por la criatura que vas a torturar, tienes que aprender a disfrutarlo, a regodearte con el sufrimiento de esa criatura.
- ¿Tú lo disfrutaste? – inquirió incrédulo, el pelirrojo.
- Es la primera vez que logro hacer la maldición cruciatus – respondió, impaciente. – Lo único que hice fue ponerle la cara de Bellatrix Lestrage a esa araña y no tuve dificultad. – Ron seguía algo asustado. – Mira – continuó Harry, – el hecho de que haya torturado a una araña, no quiere decir que pueda hacerlo con alguno de ustedes. Además, está penado por la ley, ¿recuerdas?, no quiero ir a Azkaban.
Ron pareció aceptar la respuesta de su amigo y lo entendió también, ya que Harry sí odiaba a esa bruja. Por su lado, Hermione no miraba a Harry. Aquella era la tercera vez que lo evitaba como si le tuviera miedo.
Durante la clase de pociones, Harry le contó a Anny lo sucedido en DCAO. La chica le dijo que era un mago muy poderoso y que le habría encantado estar ahí y verlo, ya que ella solo lograba hacer brincar a su araña. Desde que Harry y Anny se confiaron sus secretos, su amistad se hizo más fuerte, aunque Harry, ciertamente, quería algo más que una amistad.
Durante el resto de la semana Harry se mantuvo muy callado. En parte por lo que pasó en la clase de DCAO, otra, porque los sueños donde conseguía el medallón los tenía casi todas la noches y no lo dejaban dormir bien, no importa cómo empezara su sueño, siempre terminaba en esa cueva antes de tomar el medallón. Y otra razón era que, aunque quisiera, ya casi no veía a Ron y Hermione. Ellos dos continuamente desaparecían, y no era siempre por sus deberes de prefectos, simplemente, desaparecían. Una noche Harry tuvo la curiosidad de buscarlos con su Mapa del Merodeador y vio que estaban en la torre de Astronomía. ¿Qué demonios tendrían que estar haciendo en la torre de astronomía después de media noche, cuando ellos ya no llevaban clase de astronomía? Así que Harry mejor decidió ya no meterse en la vida de sus amigos y continuar con la suya.
El viernes de aquella semana Snape le pidió (mejor dicho, ordenó) a Harry que viera en su oficina a la 7:00 de la tarde para hacerle la dichosa evaluación que había quedado pendiente desde principios de octubre. El profesor de pociones ya lo esperaba cuando él llegó a la mazmorra.
- Entra rápido – dijo fríamente, – deja tus cosas en aquel rincón.
El muchacho lo hizo. No era muy de su agrado estar ahí, pero no tenía otra opción.
- Ya sabes lo que tienes que hacer, no necesito decírtelo.
- Sí, señor.
Snape lo miró con sus odiosos ojos negros y Harry le regresó la misma mirada fría, llena de odio, que siempre le dedicaba. El chico se colocó al otro extremo del escritorio, con su varita gacha, perfectamente concentrado.
- ¿Listo? – dijo Snape, pero no esperó por la respuesta, inmediatamente lanzó su hechizo.
- Legirimens.
Harry ya estaba listo. Aunque tenía los ojos cerrados, no aparta a Snape de su mente. A su alrededor se reflejan imágenes sin forma de su pasado, pero no les puso atención, la figura de Snape estaba muy nítida frente a él, la imágenes se iban desvaneciendo poco a poco hasta que no fueron más que destellos de luz. Harry seguía fuertemente concentrado, aunque el esfuerzo comenzó a agotarlo física y mentalmente. Faltaba muy poco para que Harry cayera, acabado por el esfuerzo, cuando Snape se detuvo. Harry abrió los ojos y se sostuvo en el escritorio para no caer, estaba pálido y sudaba mucho, pero no había perdido el control.
- Veo que has mejorado – dijo Snape con frialdad, haciendo un gesto con sus labios. – Le diré al director que ya no necesitas más evaluaciones. Veo que, al menos, aprendiste algo de tu experiencia el año pasado. Espero que esta vez no te dejes engañar tan fácilmente, ya sabes lo que puedes causar. – comentó Snape, mostrando una maliciosa sonrisa, con toda la intención de hacer enojar a Harry, pero el muchacho, a pesar de que hervía de ganas por atacarlo, se tragó su coraje.
- Espero que no… señor.– respondió con calma – ¿Puedo retirarme?.
- Si – Snape lo miro, como si no creyera lo que escuchaba, no logró hacerlo enojar.
Harry regresó a su sala común, donde ya estaban sus amigos. A Hermione ya se le había pasado el miedo y volvía a hablarle otra vez. Ellos le guardaron un poco de comida, ya que no tuvo tiempo de ir a cenar. Harry no comió mucho, no se sentía muy bien, le dolía el estómago y la cabeza, así que mejor se fue a dormir. Esa noche también soñó con el medallón, pero en esta ocasión logró tocarlo, aunque solo fue por unos segundos, luego despertó.

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