martes, 22 de enero de 2008

Capítulo 32.- El Valle de Godric.

Harry apareció en el vestíbulo de madera donde llegó en las vacaciones de pascua. Ahí ya lo esperaba Águeda, el ama de llaves.
- Ven conmigo. – le dijo la mujer de forma seca. Aunque no lo pareciera, la mujer tenía un carácter muy fuerte y Harry lo acababa de comprobar en la forma en que le habló.
El muchacho la siguió con la cabeza gacha mientras ella lo condujo hasta el tercer piso, a la misma habitación donde se quedó después de lo sucedido con Ron.
En cuanto llegó a la habitación, se tiró en la cama boca abajo. Se sentía sumamente cansado, sin darse cuenta se quedo profundamente dormido.
Con el pasar de los días Harry se volvió más taciturno, se encerraba en su habitación a leer y practicar, tratando de no pensar en nada más excepto aquello que lo preparara para su encuentro final con Voldemort. Harry sentía un enorme odio por él por todo aquello que lo obligó a hacer, pelear con sus amigos, dejar a la chica que amaba, quedar suspendido del colegio quien sabe por cuanto tiempo; aunque muy en el fondo de su corazón sabía que no solo fue Voldemort la razón por la que hizo todo aquello.
Mientras estuvo en casa de Dumbledor los primeros días trató colarse a las reuniones de la Orden, pero siempre lo atrapaban, así que dejó de intentarlo. Dumbledor tenía una amplia biblioteca, que era de donde Harry sacaba los libros de hechizos y conjuros para estudiar. Aunque la mayoría eran de nivel muy superior (para auror), al muchacho casi no se le dificultaba entenderlos, así que cada día se hacía de conocimientos mágicos superiores incluso a los EXTASIS.

Una tarde, cuando llevaba casi tres semanas en aquella casa, lejos de toda comunicación con el exterior y con la gente, Harry, estando leyendo en la biblioteca, encontró en lo más profundo un libro que llamó su atención. Aquel era un texto muy viejo, forrado en piel y con letras doraras en la portada que decían “Godric Gryffindor”. El chico lo tomó y comenzó a ojearlo. El libro traía toda la información que hubiera querido saber acerca del fundador de su casa, desde su nacimiento hasta su muerte. Para mayor seguridad, Harry decidió llevarse el libro a su alcoba para leerlo con más calma.
<< 'Godric Gryffindor nació y creció en el Valle de Godric, de ahí su nombre… Desarrolló grandes habilidades mágicas desde pequeño… Nunca se casó, como su amigo Salazar, por lo que nunca tuvo familia ni descendencia…' >>. Conforme avanzaban las páginas Harry se iba dando cuenta que el Valle de Godric, donde vivió el mago, era el mismo lugar donde había visto el Medallón por primera vez, de ahí que dedujo que probablemente aún se encontraba ahí, incluso llegó a pensar que Godric era en realidad Naráva, pero cuando encontró una imagen del mago, notó que no era el mismo de su sueño, eso sin mencionar que el de su sueño tenía un hijo y el libro mencionaba que Godric nunca los tuvo. En el último capítulo del libro Harry vio un dibujo del Valle que ocupaba toda la página, por alguna razón ese valle le era muy familiar, y no solo era el hecho de que lo hubiera visto en sus sueños, sino que era algo más que no podía recordar. << 'El Valle de Godric – continuó leyendo – también fue hogar de Bowman Wright, el inventor de la Snitch Dorada, a mediados del siglo XIV1. con el paso del tiempo el Valle de Godric se convirtió en una bella y pacífica aldea muggle que en muchas ocasiones también fue refugio de grandes magos que querían una vida tranquila y lejos de la magia, adoptando una vida muggle.' >>.
- ¿Quién podría querer algo así? – se preguntó Harry. Y luego, como si una luz se encendiera en su cerebro le llegó la idea.
Al instante dejó el libro y sacó de su baúl el álbum de fotografías que Hagrid le regaló en primer año y fijó la vista en una de las fotos de sus padres. En ella, Harry vislumbró a Lily y James Potter saludando con él en brazos, atrás estaba su casa, amplia de dos pisos, con cochera de color blanco. Pero también había un detalle que Harry no había notado antes, detrás de la casa, en lo alto de la colina y cerca de un acantilado, se dibujaba un hermoso castillo, pequeño por la distancia que los separaba, pero aún así Harry lo reconoció: el Castillo de Gryffindor. Ahora lo recordaba, Hagrid le dijo la noche en que lo conoció que sus padres fueron atacados en su casa, en el Valle de Godric, donde se ocultaban para su seguridad. Harry casi no podía creer que él mismo había vivido ahí, tan cerca y tan lejos a la vez del Medallón.
Por los siguientes dos días, Harry no pensó en otra cosa que no fuera salir de esa casa. Quería a toda costa ir al Valle de Godric a buscar el Medallón. Sabía que se encontraba ahí, un presentimiento se lo decía. Tenía que conseguirlo, pero había un problema, la casa de Dumbledor estaba hechizada para que precisamente él no pudiera escapar. La red flu estaba bloqueada y todas las entradas y salidas se hacían por medio de trasladores, para evitar cualquier riesgo (conociendo a Harry…). Al igual que en Hogwarts, nadie podía aparecer y desaparecer así como así en aquella casa.

Una noche, cuando Harry miraba las fotografías de sus padres añorando poder ir a ese lugar, sintió una gran nostalgia. No solo recordó a su familia, sino también a sus amigos Ron y Hermione, a quienes extrañaba ahora más que nunca; también pensaba en Anny y en como ella lo habría apoyado en todo si él no la hubiera dejado. El chico fue hasta su baúl, abatido por aquellos pensamientos, para guardar el libro de fotos, cuando un destello proveniente del mismo llamó su atención. En lo más recóndito de su maleta, entre sus calcetines y sus libros (que nunca desempacó) encontró el pequeño cristal de Annon que otrora perdiera la madre de Anny en su sala común. Al tener aquel cristal en sus manos a Harry se el ocurrió la idea de usarlo para escapar, siempre y cuando supiera cómo funcionaba.
El muchacho pasó varias horas estudiando el cristal detenidamente sin encontrar la forma de accionarlo hasta que, cerca del amanecer, sintió un escalofrío y se frotó las manos para calentarlas un poco. Cual fue su sorpresa al darse cuenta que al hacerlo, un fino polvo plateado cayó en el suelo. Harry abrió su mano y vio que tenía el cristal y que estaba intacto. Volvió a frotar el cristal y nuevamente salió el polvito plateado. Siguió haciéndolo hasta que obtuvo una mayor cantidad de aquel polvo. << ¿Cómo podré usarlo? >>, se preguntó. Instintivamente miró a su alrededor en busca de algo, entonces fijó la vista en el fuego casi extinto de la chimenea. Sin pensarlo dos veces, arrojó el polvo al fuego, que aumentó y cambió de color a un verde brillante, luego vio el cristal que se había puesto del mismo color. Como si supiera que hacer, se colgó el cristal por el cuello y se puso frente a las llamas crepitantes, luego dijo con voz clara: << ¡Castillo de Gryffindor, en el Valle de Godric! >>. Entonces el cristal brillo, el fuego se tornó plateado y se abrió una brecha dejando paso. Al otro lado se dibujó una entrada, como un hoyo negro, en la pared opuesta. Harry miró alrededor esperando que no lo descubrieran, aferró su varita regresando la vista a las flamas y se dispuso a atravesar aquel portal.

Harry sintió su cuerpo volar en un remolino de colores hasta que vio un punto de luz y salió disparado por él, tocando el piso de madera donde había aterrizado. Se levantó rápidamente y miró hacia atrás, en la chimenea por donde salió se estaba consumiendo un fuego verde, igual que como había visto en otras ocasiones. Inmediatamente se puso a examinar el lugar, sacando su varita. Aquel era un amplio salón lleno de polvo y con los ventanales clausurados. Avanzó despacio, admirando el sitio; en el techo había pinturas de animales y en las paredes había cortinas rojas un tanto descoloridas y raídas por el tiempo. Siguió avanzando y salió del salón para encontrarse en el vestíbulo. A unos metros a su derecha estaban las majestuosas escaleras que conducían a la habitación donde despertó. Continuó derecho hacia las imponentes puertas de madera que daban a la salida, pero se detuvo justo antes de llegar. Hacia la izquierda se extendía un largo y oscuro pasillo que llevaban a lo que parecía un estudio. Harry sintió como si algo de ahí lo llamara a acercarse. Con cautela recorrió el pasaje y llegó a su destino, una sala redonda con velas de color azul, tan parecido a la habitación de los misterios, solo que no había puertas, sino estantes llenos de viejos libros y amplias pinturas. Una de esas pinturas captó su atención ya que era la imagen de una familia compuesta por tres miembros: una mujer de esbelta figura y cabello claro, con un rostro severo y compasivo a la vez, de ojos claros y mirada profunda, sentado en sus piernas había un niño pequeño no mayor de 5 años con ojos iguales a los de su madre, pero con una chispa de vitalidad propia de su edad, y detrás de ella un muchacho de unos 17 años de cabello castaño y rasgos finos, pero sus ojos no eran como los de su madre, sino que eran verdes, tan verdes como los de Harry. El chico reconoció en aquel muchacho a Naráva, pero muy joven aún, y el niño pequeño era aquel de su sueño con la espada de Godric. Hacia la derecha de la pintura había también un árbol genealógico muy maltratado por los años, pero aún se lograba distinguir algunos nombres: “Galari” encabezaba el árbol y de ese nombre se desprendían dos líneas doradas, una para “Godric” y otra para “Gardo”, sus hijos. La línea de Godric se acababa con él, pero la de su hermano seguía unida al nombre “Sirona” y de esa unión se desglosaban tres nombres más: “Bran”, “Brenos” y “Vána”. Lamentablemente no todos los hijos de ellos venían escritos, la única línea que seguía era la de Vána y la gran mayoría no eran nombres sino eran solo iniciales connotadas con una ‘m’. Harry siguió curioso el trazo hasta casi el final, donde un nombre lo dejó en shok. Con letras doradas y hermosa caligrafía venía escrito “Lily Evans”, y de ese nombre unido al de “James Potter”, se desprendía una línea que llevaba directamente hasta su propio nombre: “Harry Potter”. El chico se quedó petrificado de la impresión. Por eso él pudo sacar la espada del sombrero, por eso Naráva se le presentaba en sueños y le mostraba el Medallón, he ahí la razón por la que Alatar le dijo “…debes tener alguna relación con la persona que hizo éste Medallón para que él te lo haya mostrado…”. Él era el heredero de Gryffindor pero no de Godric Gryffindor, sino de su hermano, Gardo Gryffindor, mejor conocido cómo Naráva, el León de Fuego, fue él quien hizo la espada y se la regaló a su hermano.
El chico seguía con la impresión de su vida cuando recordó la razón por la que se encontraba ahí. Sin prestar atención a nada más, salió corriendo del castillo de su antepasado y llegó a la aldea muggle. Justo como aparecía en las fotografías de sus padres, aquel era un pacífico lugar donde parecía que nada podía pasar.
Estaba a punto de llegar a la zona poblada cuando se topó con las ruinas de una casa que estaba algo más separada de las demás. Su corazón latió dolorosamente al encontrarse frente a las ruinas de la que alguna vez fuera su casa.
- ¿Buscas a alguien? – Harry volteó y vio a una chica muggle que se le había acercado. – ¿Te pregunto si buscas a alguien?
- No… en realidad no. – respondió Harry.
- ¿Porqué miras con tanta nostalgia estas ruinas?
- Por nada.
- ¿A caso conociste a los que vivieron aquí?
- No, nunca los conocí.
- No tendrías porqué. Ellos murieron hace como 16 años. Una pena en verdad, mi madre los conocía bien.
- ¿En serio?
- Ella me habla mucho de ellos, fueron sus amigos. Eran una hermosa pareja con un bebé. Aunque eran algo raros según algunos, fueron muy buenas personas, siempre la ayudaron. Era extraño, mamá siempre dice que quería visitarlos nunca encontraba su casa pero ellos siempre aparecían de la nada. Cuando vivieron aquí fueron muy felices. Pero entonces sucedió que una noche mamá oyó gritos y una explosión, cuando llegó aquí dice que solo vio a un hombre enorme llevarse su bebé en una motocicleta voladora. Obviamente todos la creyeron loca. Por cierto, lo siento, no me presenté, soy Jessie y he vivido aquí toda mi vida. ¿Tú quien eres?
- Soy Harry, vengo de Londres.
- ¿Y qué haces aquí tan lejos de tu casa?
- Vine a buscar algo, algo que está en ese bosque.
- Yo no entraría ahí si fuera tú.
- ¿Por qué no?
- Tal vez suene ridículo pero dicen que está hechizado. Nadie se ha atrevido a entrar porque los árboles te bloquean los caminos y no te dejan avanzar demasiado, tendrías que ser un mago para poder ir ahí.
- Debo ir, no tengo opción.
- ¡JESSIE! – se escuchó gritar a una mujer a lo lejos.
- ¡YA VOY! – contestó la chica. – Mi madre, tengo que irme, gusto en conocerte.
- Igualmente.
Harry vio a la chica alejarse, luego él tomó su camino hacia el bosque. En cuanto quedó fuera de la vista de los muggles, sacó su varita por seguridad. Cada vez se adentraba más en la espesura de los árboles, tal vez era solo su imaginación, pero tenía la impresión de que la vegetación se movía para darle paso. Caminó durante poco más de una hora antes de llegar a su destino. Por fin se plantó frente al montículo de piedra donde se hallaba la entrada hacia la cámara subterránea. Su corazón latía fuertemente conforme bajaba esas escaleras de piedra caliza hacia la caverna donde titilaba una incesante luz roja. Al arribar, tuvo ante él aquel gran disco de piedra con el fuego rojo que custodiaba tan preciado Medallón. Harry se acercó lentamente pero con seguridad, buscando entre las llamas pero, en cuanto logró distinguirlo, una leve punzada despertó en su cicatriz, señal de que Voldemort estaba contento, donde quiera que se encontrara. Sin prestar mucha atención a esa molestia, el chico acercó su mano al fuego, que abrió una brecha. Finalmente, después de tanto tiempo, logró tener entre sus manos al Medallón de Naráva. Pero cual fue su sorpresa al darse cuenta que dicha joya no estaba completa, solo se encontraba la mitad y curiosamente el corte que tenía era en forma de rayo, como su cicatriz. Sin importar que solo fuera una parte, el muchacho pudo sentir cómo un gran poder comenzó a invadirlo. Pero en aquel instante el leve dolor de su cicatriz se intensificó y cayó al suelo de rodillas, apretando su cabeza para que aminorara. Entonces una imagen pasó ante sus ojos, como un flashaso de luz pero aún así reconocible: el Gran Comedor lleno de estudiante y maestros, todos aterrorizados ante él, se escuchaban carcajadas a su alrededor, algunos alumnos trataban de enfrentarle, él levantó un cáliz sobre su cabeza y de la nada una voz desconocida se escuchó decir: << ¡ayúdalos… sálvalos… regresa…! >>. Inesperadamente el dolor cesó y Harry abrió los ojos.
- ¡Voldemort está en el colegio! – se dijo.
Harry se levantó rápidamente y salió corriendo del lugar mientras se colgaba el Medallón por el cuello, junto con el cristal. Su corazón se aceleraba y su respiración aumentaba, necesitaba llegar a Hogwarts. Ahora lo comprendía todo, Voldemort le había ganado de nuevo, logró sacarlo del colegio y debilitarlo. Voldemort sabía que con él en la escuela le sería más difícil entrar, además Dumbledor nunca lo abandonaría mientras Harry estuviera ahí. << ¿Por qué quiere ir al colegio? >>, se preguntaba el muchacho, << ¿Por qué me quería afuera y no adentro para matarme a mí también? >>. Harry seguía corriendo sin detenerse hasta que lo sintió, un frío de muerte que invadió toda la zona, todo a su alrededor y dentro de él. Cómo olvidar aquella horrenda sensación de perder todos sus recuerdos felices. Se detuvo y miró hacia todos lados, buscando en la oscuridad, entonces alzó la vista, en el cielo del atardecer se dibujaban un sinnúmero de criaturas encapuchadas que volaban hacia una misma dirección. Harry se escondió rápidamente bajo la copa de un árbol, esperando que no lo vieran y siguió corriendo. Ya estaba a escasos metros de los lindes del bosque cuando escuchó los gritos de mucha gente. Con la varita en alto se detuvo tras un matorral para observar lo que sucedía. Seres encapuchados y con máscaras bajaban de sus escobas y comenzaban a hechizar a los muggles de la aldea. Uno de esos mortífagos tenía a Jessie en lo alto dando vueltas. La chica gritaba como loca que la dejaran bajar pero el mago se partía a carcajadas. Harry sintió el impulso de ir a ayudarla cuando otro mortífago se acercó.
- ¡DEJEN DE ESTAR JUGANDO QUE EL SEÑOR TENEBROSO NOS NECESITA EN LONDRES! – se oyó la voz ronca de Bellatrix Lestrange. - ¡VAMONOS!
Al instante todos los mortífagos dejaron a los muggles y retomaron el vuelo. El mortífago que tenía a Jessie solo la lanzó hacia el bosque, justo a donde se hallaba Harry, pero la lanzó de una altura de 10 metros, así que el chico disminuyó la velocidad de la caída con su varita y luego la atrapó en los brazos.
- Te tengo. – le dijo cuando la aferró. Pero la chica comenzó a gritar más.
- ¡¡AAAHHH, ERES UNO DE ELLOS!!
- ¡Ssshhh, cállate o nos van a descubrir! – le dijo él, tratando de taparle la boca con la mano.
Entonces se escuchó la risa maniaca de Bellatrix cuando todos se alejaban del lugar. Harry y Jessie los miraban empequeñecerse en la distancia, la chica ya había dejado de gritar.
- ¿Quiénes eran esos perversos magos? Nunca había conocido a ninguno tan malvado.
Harry la miró sorprendido.
- ¿Tú sabes de la existencia de los magos?
- Mi madre conoció a los Potter, tus padres.
- ¿Cómo sabes eso?
- Eres muy parecido a tu padre, acabo de ver una fotografía suya. Me pareció extraño que alguien se quedara viendo esas ruinas así que pensé que tal vez eran parientes y le pregunté a mamá y ella me mostró la foto. Tú no eres como ellos, ¿verdad?
- Si ellos me hubieran visto me habrían matado.
Los chicos salieron de su escondite y se encontraron con la aldea vacía, todos se habían escondido en sus hogares.
- ¿Viste cuantos eran? – preguntó Harry.
- Eran cientos, casi un ejercito, se dirigían a Londres.
- Sí, eso lo escuché.
- Mamá me cuenta que las cosas estaba así cuando mataron a tus padres. No podías salir a la calle, incluso aquí que siempre ha sido un lugar de refugio para los de tu mundo.
- Necesito tu ayuda, ¿tienes chimenea?
- Sí. ¿Por qué?
- ¿Me la prestarías?
- Claro. Sígueme, mi casa es por aquí.
La chica condujo a Harry hasta su casa. Al entrar, la madre de ésta pegó un fuerte grito.
- ¡AY!, ¡Pero si eres tú muchacha! ¡¿Dónde estabas?! ¡Llevo horas esperando...! ¡Dios mío, eres igualito a James! – dijo la mujer al ver a Harry.
- Él es Harry, de quien te hablé hace rato, necesita que lo ayudemos. – dijo Jessie.
- Me doy cuenta – respondió la mujer, mientras lo examinaba detenidamente y sin haber escuchado bien a su hija.
-Ahí está la chimenea. – dijo la chica señalando hacia la pared opuesta a la entrada, donde había un bonito fuego crepitante que iluminaba toda la habitación.
- Gracias. – contestó Harry.
- ¿Te vas tan pronto? – preguntó la madre de Jessie.
- Sí mamá, ¿qué no me escuchaste?, debe irse.
Harry frotó el cristal de Annon y obtuvo el polvo plateado, lo arrojó al fuego.
- Muchas gracias por todo.
- De nada y ten mucho cuidado, a donde quiera que vayas a ir.
Harry asintió con la cabeza y le sonrió. Luego, parándose frente al fuego dijo:
- ¡Oficina de Dumbledor, castillo de Hogwarts!
El fuego creció, se tornó verde y se abrió el portal.
- Adiós. – se despidió.
Y, entrando entre las llamas, desapareció del Valle de Godric, pero ahora llevaba la mitad del Medallón consigo.

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(NDA: para lo de los dementores me he basado en los de la película, que me gusta como quedaron).

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